sábado, 14 de octubre de 2017

"La cordillera" o el oscuro pasajero.

Con la cara rota. Así te deja la nueva película de Santiago Mitre, "La Cordillera", protagonizada por Ricardo Darín, en el papel de Hernán Blanco, un presidente argentino totalmente desconocido para el mundo entero, hasta tal punto de que los medios le apodan "el invisible".

El espectador acompañará a Darín hasta la cordillera chilena para asistir a la cumbre latinoamericana más importante de los países hispanos que se reúnen para poner en marcha la Alianza Petrolera del Sur. Pero detrás de ese viaje político, encontramos también un viaje interior que tendrá que ser identificado por el espectador.

Desde el principio de la película descubrimos que el gobierno argentino oculta un problema de corrupción porque el ex-marido de la hija del gobernador amenaza con destaparlo. A partir de ahí, y paulatinamente, se va mostrando una ambigüedad en la personalidad de Blanco que no sabemos nunca hacia que lado de la balanza tirará.
Los acontecimientos colocan a su hija Marina, interpretada por Dolores Fonzi, en un primer plano, pues ella es la clave para entender las claves ocultas del personaje. 


"El hombre común desconoce su propia condición", afirma el presidente en una entrevista que le realiza una periodista, Claudia Klein, (Elena Anaya) en la cumbre. Es ahí donde se abre un interesante diálogo sobre mal: "El Mal existe y no se llega a presidente si uno no lo ha visto, al menos, un par de veces"Blanco recuerda cuando de pequeño soñaba con un zorro con cuernos, y que según su abuelo, era el demonio. Pero el mal, desgraciadamente, no suelen ejercerlo los zorros con cuernos ni el demonio, el mal permanece, igual que el bien, en cada uno de nosotros. Como decía Conrad: "la creencia en una fuente sobrenatural del mal no es necesaria; el hombre por si mismo es muy capaz de cualquier maldad". Y creo que es ese el alcance real de la película, el mensaje que quiere transmitirnos a modo de metáfora sobre lo oscuro del poder y de los que lo ejercen, pero también el hecho de que para alcanzar el mal no hace falta mucho, basta con dejarse seducir por él. 

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