jueves, 21 de noviembre de 2019

Me moriré en París, la premonición de Cesar Vallejo.

El poeta peruano César Vallejo, (Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938) presagió su muerte en un poema: "me moriré en París con aguacero/un día del cual tengo ya el recuerdo.".

Así fue. Murió solo y abandonado en un hospital de París donde se hallaba postrado por una fiebre que pasaba de cuarenta grados dejando tras de sí una vida de compromiso con los más desfavorecidos y una de las mayores obras poéticas del siglo pasado. 


Fue el menor de doce hermanos de una familia de Santiago de Chuco (Perú)  y como él mismo decía "nací un día que Dios estuvo enfermo". Aún así, se fue abriendo camino pese a las grandes adversidades de su vida. 


Influido por el modernismo de Ruben Darío y de Julio Herrera escribió su primer poemario: Los heraldos negros (1918), que contiene una fuerte reivindicación contra la sociedad y el sufrimiento de los hombres. Dos años más tarde, fue acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta popular y pasó tres meses y medio en la cárcel, tiempo que aprovechó para escribir otra de sus obras maestras, Trilce (1922).


Fue en julio de 1923 que llega a la capital francesa convirtiéndose en su nueva residencia. Se enamora de París, sobre todo de Montmartre  y de su gente, donde empieza a hacerse conocido por sus calles y bulevares. Era el mismo Montmartre de Picasso, Miró o Éluard y se enamora del Modernismo.


Sus inquietudes humanas y políticas le llevan a abandonar París en 1928 y viajar a Rusia y más tarde a España, en pos de un ideal marxista en el que cree que encontrará la solución a los problemas. Por ello, en 1932, se afilia al Partido Comunista Español e intenta encontrar un respaldo editorial en España, pero termina regresando a París con problemas y deudas cada vez mayores.

Exhausto y abatido, muere el 15 de abril de 1938 en un hospital de París a causa del paludismo.

En este libro, el escritor y periodista Victor Fernández hace una selección de sus prosas y poemas más relevantes desde su primer libro: Los heraldos negros, hasta el último: Aparta de mi este cáliz. Sus versos contienen la verdadera identidad del poeta, que supo ponerse en la piel del dolor colectivo convirtiendo su poesía en un verdadero acto de humanidad y reivindicación política.
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…

le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado… Emocionado…

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El abrazo de Montjuïc